Primero que nada, quede claro que el término belleza usado en este artículo refiere al cuidado físico y de estima de los hombres, no a los cánones estéticos hegemónicos. Dicho esto, iniciaré.
Los hombres hemos quedado relegados en los temas de belleza y cuidado, pues hemos instaurado el estereotipo que ello tiene que ver con la feminidad como un invento y antítesis de la hipermasculinidad. Más allá del uso de shampos, fijadores para cabello, y desodorantes los usos de estos solo reflejan las ideas arquetípicas de lo que debe ser un hombre: una figura con poder, rodeado de mujeres y que carece de vulnerabilidad. Basta ver la publicidad que montan las marcas para llegar a un segmento que representa millones para ellos, pero que hasta hace poco no sabían cómo llegarles. La fórmula llegó con productos de belleza y cuidados masculinos revestidos de hombría y “salvajismo”. Para ser un hombre de verdad, debes actuar y lucir lo más lejano a la delicadeza femenina. Un hombre que procura su cuidado físico y emocional desciende en su posicionamiento en el gremio de lo masculino. La idea de que un hombre de verdad tiene que lucir fuerte, rudo y autosuficiente cómo signos de virilidad. Nosotros los hombres debemos alejarnos de las apariencias débiles, vulnerables y todo aquello que nos separa de las mujeres y sus prácticas (como si las mujeres solo vivieran para ello). Entonces, si las mujeres usan cremas, lociones, mascarillas, tratamientos y demás, por automático se desecha. Un síntoma más del machismo y la fragilidad que vivimos los hombres.
Hace unos días me tope con una marca de lociones y cremas que ayuda a corregir arrugas, líneas de expresión y ojeras. Sin embargo, la marca tenía como nombre “marcas de guerra”. Nuestra relación con el cuidado y la belleza es tan vulnerable que tenemos que dotarla de hipermasculinidad. No podemos usar una crema para nuestro rostro sin perder lo varonil. No podemos usar un gel, crema o cera para el cabello sin pensar en que podemos atraer a docenas de chicas. No podemos ir a una barbería sin llamarle salón de belleza. No podemos entrar a un negocio cuya principal función es la estética de nuestro cabello y/o barba sin antes sentirnos en un ambiente de total hombría dónde las calaveras, las barbas, la cerveza y todo aquello que nos haga ver rudos esté por encima de todo. Solo faltaría golpearnos el pecho mientras hacemos sonidos de batalla. Porque para nosotros los hombres el acceso a los cuidados solo son permitidos si no nos hacen ver como “delicadas flores” que procuran el amor propio.
Replantear las relaciones y puentes que tendemos con los espacios y las marcas para nuestros cuidados es elemental si queremos revertir las ideas absurdas entre la feminidad y lo varonil, pues esta idea solo refuerza la fragilidad sobre la que se construye lo masculino y sus estereotipos, además de perpetuar discursos sobre las mujeres y sus roles.
El cuidado de nuestro cuerpo y emociones son tareas aún pendientes en nuestra agenda. Desde las revisiones médicas con un especialista (urólogo) pasando por la salud emocional y mental, hasta el de nuestra piel, cabello y todo aquello que nos haga sentir plenos, en armonía y sobre todo, la sensación de hacer algo por nosotros mismos sin la tensión de no parecer afeminado. Normalizar los espacios y las marcas sin la carga de la hipermasculinidad, pues francamente qué floreja ir a una barbería pintada de negro con calaveras con barbas largas, tatuajes, pues la diversidad de hombres no siempre corresponde a la hegemonía del macho alfa.