A lo largo de la historia, el cuerpo femenino y sus acciones siempre han estado bajo el ojo de una crítica dicotómica entre lo que es correcto y lo que no. Afortunadamente, en las últimas décadas, las mujeres han alzado la voz y se han proclamado en contra también de la violencia simbólica que refiere a sus cuerpos y las decisiones que las mujeres toman respecto a ellos. Una de las aristas sobre las cuales el patriarcado ha querido influir más es en de la apariencia de los cuerpos femeninos, su peso y por ende, en su alimentación. Al igual que las demás artes, el cine ha fungido históricamente como un medio de protesta en diferentes niveles de explicitud y militancia. Sorprendentemente, en el cine de terror podemos encontrar varios ejemplos, en donde el hambre no se muestra como algo malo, sino como muestra del empoderamiento.
Mujeres que no se consumen, sino que consumen. Desde vampiresas, caníbales, zombies y mujeres lobo, la relación entre la comida, las mujeres y el género de terror ha estado presente por mucho tiempo. Algunos de los ejemplos más concretos podrían ser Rosemary’s Baby (1968) cuando la protagonista desenvuelve un pedazo de carne, para después comerlo rápidamente y con notable felicidad; Rose e Iris Parker comiendo el cuerpo de su padre en We Are What We Are (2013); y finalmente, lo ejemplos más contundentes: Jennifer’s Body (2009) Y Raw (2016).
Los personajes femeninos del cine de terror, usualmente personifican aquello a lo que la sociedad “teme” y sobre lo que busca ejercer control para limitarlo; tanto la apariencia, la alimentación y la sexualidad han sido representadas erróneamente como algo monstruoso. En el género fílmico se ha encontrado un sitio para descansar de la cultura de la dieta y el concepto donde la mujer debe deshacerse de sus deseos e impulsos para complacer a otros (los machos). Es así, como se han introducido personajes femeninos que no sólo rechazan aquella idea donde las mujeres deben de privarse de la comida, sino que lo denuncian y por el contrario, poseen un hambre rapaz.
La monstruosidad de estos personajes, de acuerdo a diversos críticos, etnógrafos y folkloristas, profundiza aún más que sólo el tema de la alimentación, pues también representa ritos de iniciación. Peter Biskind ha reexaminado la cinta The Exorcist (1973) como un ejemplo de la mirada masculina hacia la pubertad femenina, en donde se incluye el despertar sexual, mostrándose como una posesión demoníaca. Por su lado, Ginger Snaps (2000), Jennifer ‘s Body y Raw, tienen en común que el canibalismo ilustra el paso de ser una niña a ser una mujer adulta dentro de la sociedad patriarcal. En Ginger Snaps, el ritual hacia la adultez vincula la menstruación con el ser una mujer lobo; ella comienza su periodo el mismo día en que es mordida; ambos aspectos comparten ciclos, cambios de humor y alteraciones físicas. Para Jennifer sucede algo similar cuando su mejor amiga Needy relaciona su transformación con síndrome premenstrual. Finalmente, para Justine, protagonista de Raw, los rituales de iniciación son bastante más explícitos y viscerales, en donde su espíritu caníbal la hace sentir mal respecto a la apariencia de su cuerpo y sus respectivos cambios; una percepción típica de une adolescente.
A pesar de la existencia de estos personajes que denotan cierto empoderamiento, la realidad es que aún existen varios problemas con estas cintas, uno de ellos es que típicamente los personajes que encarnan la monstruosidad libre de prejuicios, también resultan ser mujeres convencionalmente atractivas e incluso, rozando la hipersexualización. La mirada masculina de Hollywood, a pesar de existir pequeños cambios y notables buenas intenciones, muchas veces se vuelve a esta mirada llena de deseo sexual relacionada con el poder. Ejemplo de esto son los planos cortos en los que se muestra el trasero y los senos de las actrices, abarcando el cuadro de lado a lado. Es debido a esta falla, que dichas películas no se han convertido en referentes claros de los respectivos discursos y causas sociales.