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Las trampas de la deconstrucción ¿Por qué sienten culpa los hombres deconstruidos?

Las trampas de la deconstrucción ¿Por qué sienten culpa los hombres deconstruidos?

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A veces no sé qué pensar con los hombres que, en su presentación de sus redes sociales, usan la palabra “aliado”, “deconstruido” o los más osados “feminista”. No será más bien que estamos pensando en estos conceptos como adornos del aparador perfeccionista que son las redes sociales, donde evidentemente seleccionamos meticulosamente lo que queremos que los demás sepan de nosotros. Por qué poner la palabra “deconstruido” en las redes sociales se asemeja más a la presentación de nuestro signo zodiacal que el resultado de un trabajo interno muchas veces difícil, tortuoso, lleno de contradicciones e incongruencias, culpas y demás rastros de nuestra hipermasculinidad. Romantizar la deconstrucción no es más que otra trampa, pero de eso, nos ocuparemos luego. 

¿Uno se puede ir a la cama sin deconstruirse y a la mañana siguiente, caer en la cuenta que lo hemos logrado? Y, además, tener la magnifica idea de mostrarlo como insignia en nuestras redes sociales. “Miren, lo logró, ese maldito bastardo lo logró”, haciendo referencia al meme. La realidad es que el camino de la deconstrucción es un camino no lineal. Muchos hombres han dado cuenta en su andar que el trabajo de abandonar dichas prácticas tóxicas no se repara de la noche a la mañana, ni en meses y posiblemente ni en años. Cambiar la configuración de una identidad histórica simplemente no se hace de la noche a la mañana. Incluso con el trabajo profesional de acompañamiento (terapia) no es un asunto fácil.

Sin embargo, escribo esto no para cuestionar a los hombres “deconstruidos”, sino para intentar hacer el camino un poco menos complicado. ¿Has sentido culpa por “falta de deconstrucción”? Esta pregunta no la hago yo, la hace el terapeuta y sexólogo Cesar Galicia, quien en su cuenta de Instagram lanzo lo siguiente y me parece más que necesario rescatar: “Cuando pasamos nuestras emociones por los lentes evaluadores de la deconstrucción, nos estamos condenando a la frustración eterna”.  

 

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Debemos entender que emprender el camino de la deconstrucción es un camino en el que retrocederemos, nos sentiremos incongruentes y culpables de un choque entre nuestras emociones y nuestras convicciones políticas. ¿Entonces cómo resolverlo? Bueno, primero, pasando del lente de la deconstrucción al lente de la autocrítica amorosa, es decir, saber que estamos aprendiendo y re educar nuestra pedagogía conlleva tiempo, compromiso, pero también sentirnos vulnerables y abrazar la frustración es parte de abandonar los mandatos morales religiosos y patriarcales. Por otro lado, saber que la deconstrucción también tiene sus límites.

Galicia continua: “La deconstrucción es necesaria, sí, pero tenemos que reconocer que tiene un límite: nuestras emociones y comportamientos están ligados no sólo a la dimensión racional de las ideologías, sino a procesos complejísimos de identidad, estructura mental, apego, trauma entre otros”. 

En otras palabras, la teoría que hemos aprendido en libros y círculos, no siempre empata con las estructuras mentales, de identidad y de emociones tan complejas con las que nos desarrollamos, saber que hay límites y que reconocernos en esa incongruencia nos liberará de vernos todo el tiempo como un policía moral cuando tal vez lo ideal sería ser un aliado de nosotros mismos para dar esos pasos. 

Para abrochar, es importante no caer en las trampas de la deconstrucción, entre ellas, el de romantizar el andar o creer que nuestra deconstrucción es finita. La idea al final es dinamitar pensamientos de culpa que provengan de una institución moral como la religiosa, política y cultural. Reconocernos como hombres en construcción, diversos y con contradicciones sólo nos acerca a un modelo mucho más real del hombre que nos queremos convertir. 

 O como diría Dalí: “No te preocupes por la perfección, nadie la alcanza”.  

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